LAS Logias reunidas estando dirigidas por las leyes primitivas de una Orden de paz y caridad, deben distinguirse por una gran decencia en sus asambleas[...] Esta también severamente prohibido hablar en Logia de religión y materias políticas

lunes, 27 de enero de 2014

Masones... ¿CRISTIANOS O GNÓSTICOS?

masoneria ¿CRISTIANOS  O  GNÓSTICOS? 
           Como masones cristianos que deseamos profesar “en todo lugar  la Divina Religión de Cristo” y que debemos “bendecir a la Providencia” que nos ha hecho “nacer entre los cristianos”[1] como nos indica la Regla masónica, es importante que en esta búsqueda de la Verdad que es Cristo, Luz sobre toda luz, teniendo en el Evangelio “la base de nuestras obligaciones”, tengamos claro que, como nos sigue diciendo la misma Regla masónica: “el Cristianismo no se limita a unas verdades especulativas”. El “corazón” del Evangelio es Cristo, único Maestro y modelo para todos los cristianos, Redentor y Verbo encarnado ante quién solo nos debemos prosternar.

            Todo lo que este divino Maestro enseñó para nuestra salvación eterna se halla contenido en el Santo Evangelio, y nosotros como cristianos rectificados lo aceptamos tal cual es, como Palabra del Señor, así como la Tradición viva de la Iglesia de Cristo representada por los Santos Padres y los primeros concilios ecuménicos. Nos remontamos a la unidad de la primitiva Iglesia de Cristo, antes de las divisiones y cismas que, por el pecado de los hombres, se operaron en ella, y que desgarraron la “túnica inconsútil” de nuestro divino Redentor.

            Como cristianos queremos vivir según el espíritu de Cristo que supera toda división y que nos llama a la unidad para que el mundo crea y llegue al conocimiento de la Verdad. Sólo cuando los corazones de los hombres se abran a esta Verdad y sean alcanzados por la luz de la gracia de Cristo, reintegrados así en su primitiva inocencia y bondad, podrán por el amor derramado en sus corazones, hacer que esa unidad interior del hombre, realice la unidad exterior de los corazones de sus hermanos los hombres. Por eso dice el Apóstol que la caridad es el ceñidor de la unidad consumada. Se cumplirá así el deseo de Cristo: “Para que sean uno como nosotros somos uno”[2]. Tarea que humildemente creo es el objetivo último de la Orden Rectificada y del trabajo de todo masón cristiano. Es el culto en espíritu y en verdad que nos pide el Señor.

            Teniendo en cuenta estos principios, el Régimen Rectificado, ayuda con el método masónico-iniciático a los cristianos, a profundizar en su fe cristiana para que superando toda división interna y externa, alcancen su unidad en Cristo y lleguen al conocimiento de la Verdad y por ella, a la Salvación. Esta vía masónica no es exclusiva ni excluyente, sino que puede llegar a ser complementaria.

             Para alcanzar la salvación, la única vía, con mayúsculas, es Cristo, “Camino, Verdad y Vida” y sin la gracia de la vía iniciática-sacramental cristiana no podemos lograrla: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”[3], le dice Cristo a Nicodemo. Por eso nuestro Régimen nos pide para ser iniciados en él, ser cristianos, es decir haber alcanzado por el sacramento del Bautismo este título y don.
            El problema surge cuando, ante las divisiones existentes en la única Iglesia de Cristo en el devenir histórico, contemplamos con asombro ese amplísimo universo de iglesias que se autodenominan cristianas y queremos distinguir si en todas pervive la Iglesia de Cristo y en qué medida, y si son verdaderamente legítimas sucesoras de aquella, conservando la validez del sacramento que otorga la gracia de Cristo. Otro problema añadido que se nos plantea es saber si todo el pensamiento que se dice cristiano lo es realmente y si existe un cristianismo esotérico o un cristianismo gnóstico que sea el verdadero cristianismo reservado a unos pocos iniciados, frente al cristianismo de las iglesias que podríamos llamar “oficial” y tradicionalmente cristianas, como algunos pretenden y afirman. Sin embargo esto es una falacia. La gnosis cristiana no es algo oculto o esotérico, está a la vista de todos los que sepan ver y deseen profundizar en ella. No existen dos niveles en la enseñanza de la fe cristiana, ni un conocimiento oculto para unos iniciados frente a una mayoría a los que se alimenta con un conocimiento menor o exotérico, como en la Antigüedad. Todo el mensaje de Cristo y sus misterios están a la luz de todos los hombres y mujeres de buena voluntad que quieran abrirse libremente a la luz de la fe y de la gracia. Todo ese mal llamado cristianismo esotérico, dónde encuadramos a los gnósticos y su gnosis, no es verdadero cristianismo, ni sus ideas filosóficas o religiosas tienen fundamento alguno en la fe de Cristo y de los Apóstoles, sino en ideas anteriores y ajenas al mensaje cristiano.

            La túnica inconsútil de Cristo no sólo se ha rasgado y repartido a suertes, sino que incluso ha sido arrastrada por el barro y se ha desfigurado su rostro y figura. Por eso la necesidad de volver a los orígenes y beber no de los afluentes, sino remontando los ríos, alcanzar la fuente de donde manan: El Evangelio, los Santos Padres, exponentes de la Iglesia de Cristo y los Concilios de los primeros siglos. Todo lo demás puede ser útil como lo es el agua embotellada para el caminante, pero no se puede comparar con beber el agua fresca del propio manantial.  El único Absoluto es Dios, y la única Palabra de Dios es Cristo, las demás son palabras de hombres. Como nos recuerda el mismo San Pablo: “Yo planté, Apolo regó; más fue Dios quien hizo crecer”[4] Por eso el Régimen Escocés Rectificado sin la vía de la gracia, sin la fe cristiana, es una vía muerta, al igual que la masonería sin Dios es una iniciación muerta, como lo es el hombre que quita a Dios de su horizonte, se des-orienta, pierde el verdadero Oriente hacia el que todos los masones debemos mirar, para mirarnos a nosotros mismos que no lo somos ni podemos serlo sin aquel que es la luz verdadera.

            En esta línea quisiera llamar la atención de todos nosotros sobre el problema recurrente a lo largo de toda la historia del cristianismo que es, el problema gnóstico. Desde el principio de la Iglesia, los primeros cristianos, como leemos en muchos escritos del Nuevo Testamento, se encontraron con quienes predicaban un evangelio distinto al de los apóstoles de Cristo. El mismo San Pablo les previene contra esos falsos maestros que enseñan una fe contraria a la que ellos habían recibido del Señor. Entre ellos estaban los gnósticos. El gnosticismo sigue hoy día como uno de los problemas, tal vez el más complicado, que se le presentan a la Historia de las ideas y a la Historia de las religiones, y permanece, por tanto, como un asunto oscuro incluso para los especialistas. El gnosticismo tiene que ver con la historia del cristianismo y de la Iglesia de los primeros siglos, con la situación del judaísmo en el momento de la emergencia del cristianismo, con los misterios helenísticos, con las religiones orientales, y con el sincretismo oriental, judaico y helénico de los albores de la era cristiana. El movimiento gnóstico fue ocultado y combatido, pero esta ocultación impuesta y auto impuesta, produjo una presión que no ha cesado de minar y por tanto de influir, en el pensamiento cristiano y occidental, lo que explica en muchos casos las tensiones y en muchos casos los desgarros en medio de los cuales se desarrolló el cristianismo primitivo. Sin esta confrontación entre el cristianismo primitivo y el pensamiento gnóstico, el cristianismo no hubiera llegado a ser lo que es.

           
El gnosticismo se presentó y se presenta hoy día, como el verdadero cristianismo, un cristianismo reservado para unos pocos iniciados en los misterios de Cristo y única vía para alcanzar la salvación. Podríamos llamarlo un cristianismo esotérico. De una manera indirecta o abiertamente beligerante, se acusa al cristianismo, especialmente al cristianismo católico, de ser agentes a sabiendas o no, del demiurgo y de conspirar con él para ocultar y tergiversar la verdadera gnosis cristiana, para hacer que los hombres sigan sometidos, confundidos, engañados y adormecidos, para que nunca lleguen a advertir quienes son realmente y en qué situación se encuentran. Se trata de que no puedan jamás conocer las respuestas a las tres preguntas fundamentales acerca del propio hombre: ¿Quién soy?, ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué debo hacer? La Gnosis sería, según ellos,  la única vía iniciática correcta para dar respuesta satisfactoria a estas preguntas. La única en posesión de la Verdad sobre el origen y destino del hombre. Verdad que el “auténtico” cristianismo, el cristianismo gnóstico, ha mantenido frente al “falso” cristianismo de la religión, es decir, de las iglesias oficiales. Cristo, Pablo, etc.…, fueron para ellos los que enseñaron esta gnosis y las iglesias han tratado siempre de ocultar para mantener sobre los hombres su poder y dominio. Por eso las iglesias oficiales han afirmado que el dios creador y el dios incognoscible son el mismo.

            Estas afirmaciones son del todo falsas y no tienen fundamento alguno. Esto ya lo afirmaba el gnóstico Marción, cuando decía que el dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento son dos dioses diferentes. El primero es un dios que aplica la Ley y castiga, mientras que el otro es un dios amor que siempre perdona. Los gnósticos acusan incluso a Orígenes, uno de los Padres de la Iglesia más influyentes en el pensamiento cristiano de todos los siglos, de unir a estos dos dioses en uno solo. Esta acusación y pretendida creencia de poseer el verdadero cristianismo ha pervivido a lo largo de los siglos, y como el Guadiana, ha ido ocultándose y aflorando a lo largo de muchas corrientes de pensamiento, cambiando de nombres pero siendo siempre el mismo. No olvidemos las palabras de San Pablo que dice: “Mirad que nadie os seduzca mediante la filosofía y vano artificio, según la tradición de los hombres, conforme a los elementos del mundo y no según Cristo.” (Col 2, 8).

            El pensamiento gnóstico, que es lo que nos ocupa en este trabajo, se articula por entero sobre la voluntad de resolver el problema del mal; y esto, dirigiéndose especialmente, al precio de una especulación que recurre a lo mitológico, a sus orígenes; esto explica, por lo demás, la fascinación que ejerce y, en gran medida, las dificultades que plantea. Su pregunta es: ¿De dónde viene el mal?; enorme pregunta que sigue siendo el desafío para todo pensamiento y toda religión. La gnosis implica, como indica su nombre, un conocimiento que se quiere salvador y que revela a los iniciados el secreto de su origen y los medios para alcanzarlo. El gnóstico conoce mediante una revelación. El no cree, pues la fe es inferior al conocimiento, y su gnosis “el conocimiento de la grandeza inefable”, es por sí sola la redención perfecta. En palabras de Clemente de Alejandría, el gnóstico dice saber: “Quiénes éramos y en quienes nos hemos convertido, dónde estábamos y adónde hemos sido arrojados, hacia dónde nos apresuramos y de dónde somos redimidos, qué es la generación y la regeneración.

            El segundo rasgo característico del sistema gnóstico es un dualismo fundamental que conduce a la depreciación del cosmos. Se trata de un dualismo que opone Dios y el mundo, un dios separado, un dios radicalmente trascendente, transmundano, que el mundo como tal es el anti-dios. La materia es por tanto mala, obra de un dios inferior, el Demiurgo, al que frecuentemente se identifica con el dios de los judíos. El demiurgós es decir el Artesano, es el nombre que da Platón al creador mítico del universo; Filón lo utiliza para designar al dios bíblico, y los gnósticos bautizan así al dios del Antiguo Testamento, pues él es esencialmente el creador del mundo. Lo realmente específico del pensamiento gnóstico es oponer esta figura del Demiurgo, creador del mundo, a la del verdadero dios. Esta diferencia, e incluso esta oposición, entre el dios creador y el dios salvador, implica que la historia de este mundo no tiene interés, y que sólo el ascenso, del alma hacia las esferas celestes merecen nuestra atención.

            El tercer rasgo es la división tripartita del hombre en cuerpo, alma y espíritu. Según la Gnosis este espíritu, chispa divina increada y preexistente, ha sido atraído y encadenado a la materia infernal, a este engendro de la materia que se llama cuerpo-alma del hombre, el cual tiene su razón de ser dentro del plan del dios creador. El espíritu se haya encadenado contra su voluntad en castigo por el pecado primigenio, en un mundo que le es extraño e impuro, crucificado en la materia. El espíritu no está atado al cuerpo sino al alma. El alma es el soplo del dios creador sobre el hombre que lo convierte en alma viviente. El espíritu se relaciona con el cuerpo a través del alma. El alma es lo anímico en el ser humano, no es algo superior como lo es el espíritu increado. El espíritu está en este mundo pero no pertenece a este mundo. No pertenece a este mundo ilusorio de materia y tiempo. El espíritu aborrece la materia, pugna por liberarse de su prisión. Para los gnósticos el verdadero hombre es su espíritu increado y eterno, encadenado al cuerpo-alma creado y efímero, aprisionado en la materia. En el fondo no deja de ser un dualismo platónico aunque sostenga una división tripartita, pues hay únicamente dos polos opuestos e irreconciliables: el espíritu y el cuerpo-alma. El espíritu representa en el hombre al dios incognoscible, el cuerpo y el alma al dios creador o demiurgo. El alma ha sido creada por el demiurgo al igual que el cuerpo, y es lo que da vida a éste, lo que lo anima, lo anímico. El alma solo ansía unirse a su creador, al demiurgo, fusionarse con él. El espíritu, por el contrario, es un prisionero en este mundo extraño que no le pertenece y que para él es el verdadero infierno, no el infierno imaginario de la religión oficial. El espíritu solo desea liberarse y volver al mundo incognoscible de donde proviene. Para el espíritu, el cuerpo y el alma son tan horribles como la materia y el tiempo. El bien está representado por el espíritu y el mal por el cuerpo y el alma. Quien peca realmente es el cuerpo-alma y no el espíritu. Para los gnósticos, cuando Pablo afirmaba que él dejaba de hacer el bien que deseaba y se encontraba en sí con el mal que detesta, se refiere a esta lucha interior. Peca, pues, el cuerpo y el alma de Pablo, mientras que su espíritu lucha por no dejarse contaminar por este mal. Pablo, realmente no peca, porque Pablo es verdaderamente su espíritu increado. El demiurgo desea que esta verdad permanezca secreta y oculta a los hombres. Los agentes del demiurgo, la religión oficial, ocultarían esta gnosis haciendo del alma una entidad divina y perfecta creada por Dios, haciendo pasar todas las virtudes del espíritu al alma, identificando ambos como una sola cosa, y eliminando esta división tripartita paulina de cuerpo, alma y espíritu, pasando a una división dualista del hombre, cuerpo y alma. Para ellos esta “conspiración” tuvo éxito haciendo que los hombres se olviden del espíritu. Y no sólo en el cristianismo, sino en las demás religiones que el demiurgo ha inspirado, y que hablan exclusivamente del cuerpo y del alma como los únicos constituyentes del hombre. Pero este es un argumento plenamente maniqueo que tranquiliza las conciencias y las exime de responsabilidades frente al mal y al pecado. San Agustín que fue seguidor de Manes y de los maniqueos, que no dejan de ser una rama gnóstica de las muchas existentes, luchó tras su conversión contra este error de interpretación. Es curioso cómo los gnósticos de todas las épocas pretenden usar a San Pablo para justificar su “teología”, curioso y a la vez paradójico, pues Pablo fue un feroz apologeta contra los gnósticos de su tiempo.

            En cuarto lugar afirman que la verdadera gnosis sería despertar en el hombre esta conciencia de la presencia de esa chispa divina oculta y prisionera en su interior que debe ser rescatada y liberada de su prisión material para que un día pueda volver a su mundo incognoscible, su verdadera patria. De todo ello deducen consecuencias acerca de la resurrección de los muertos que profesamos en el símbolo de la fe cristiana, negando la posibilidad de una resurrección en la carne, ya que la materia y por tanto la carne es algo malo que aprisiona al espíritu y que está llamada a desaparecer. Lo que resucita es el verdadero hombre, es decir, su espíritu para fusionarse con la esfera de lo divino en un retorno a su origen eterno.

            Esto es a grandes rasgos un esquema muy somero de su pensamiento, pero que nos puede clarificar que las fuentes de dónde toman estas ideas  no se encuentran en la predicación evangélica ni en el mensaje de Cristo. Si buscamos su origen lo debemos hacer en el pensamiento filosófico-religioso del mundo Antiguo y en las religiones mistéricas y paganas. Ya encontramos sus ecos en los escritos del Nuevo Testamento, especialmente en San Pablo. El mismo advierte de este peligro a Timoteo: “Te rogué, al irme para Macedonia, que te quedases en Éfeso, para que recomendases a ciertos individuos que no enseñasen raras doctrinas, ni se dedicasen a fábulas y a genealogías interminables, que más bien suscitan discusiones que el avance de la obra de Dios por la fe. Realmente, el fin de la Ley divina es el amor que brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera, de las cuales habiéndose apartado algunos, se han perdido en discursos inútiles, aspirando a ser doctores de la Ley, cuando siquiera entienden ni lo que dicen ni lo que con tanto aplomo aseguran.” (1ª Tim 1, 3-7).

            Estemos pues, como cristianos, prevenidos ante aquellas doctrinas y filosofías meramente humanas, como el gnosticismo, que pretenden considerarse como detentadoras de la Verdad absoluta y poseedoras del auténtico conocimiento cristiano. Verdaderos cantos de sirena que solo conducen a los navíos de los hombres no a puerto seguro, sino a los escollos del error y de la muerte. Enseñanzas que agitan el mar de la conciencia como tormentas impetuosas que borran la calma y la paz del corazón, y que la sencillez y mansedumbre del Santo Evangelio otorgan. Contra estos falsos profetas luchó denodadamente San Pablo en los orígenes de la Iglesia, y también los Santos Padres, y los primeros Concilios ecuménicos. Así previno San Pablo a los presbíteros que él instituyó, conocedor de los gnósticos: “Y os ruego, hermanos, que no perdáis de vista a los que causen divisiones y escándalos contra la doctrina que aprendisteis, y apartaos de ellos; porque esos no sirven a Cristo Nuestro Señor, sino a su vientre, y con palabras dulces y agradables engañan los corazones de los sencillos.” (Rom 16, 17-18).
   
            Como se ve con claridad el peligro ya era cierto entre los primeros cristianos, y lo sigue siendo hoy en día. Hay muchos que intentan torcer las palabras del Señor e interpretar el Evangelio sin la luz de la Tradición.  San Pablo nos vuelve a decir:  “Mas tú permanece en las cosas que aprendiste y te fueron confiadas, sabiendo de quienes las aprendiste; porque desde la niñez conoces las Santas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio en orden a la salvación por la fe en Jesucristo.” (2ª Tim 3, 14-15)

La fe cristiana se halla en su plenitud sólo en Cristo y nos llega a través de la predicación apostólica que se encuentra plasmada tanto en los Santos Evangelios como en la Tradición, cuyo exponente son los Padres de la Iglesia. Los Concilios ecuménicos fueron explicitando esta fe debido en parte a quienes la negaban o confundían, como los gnósticos, los maniqueos, los marcionistas, los arrianos, etc.… Quien desee profesar la verdadera religión de Cristo debe ir a estas fuentes de la Divina Revelación y no a los libros de quienes, como Annie Besant, en su obra “El cristianismo esotérico o los misterios menores”, maestra que ha andado los caminos del ocultismo, al igual que Madame Blavatsky, Rudolf Steiner o Papus, por citar algunos de ellos, y que han influido en generaciones de masones que se han sentido atraídos por la parte esotérica, teosófica o mística del cristianismo, pero que lejos de ayudarles a profundizar en la fe cristiana los ha alejado de ella y derivado hacia doctrinas sino abiertamente contrarias al cristianismo, si desvirtuadoras de su auténtico mensaje. Protejamos por tanto, como masones cristianos, a la Orden Rectificada, de llegar un día a avergonzarse de la Santa Religión Cristiana siguiendo otras doctrinas que le son extrañas.



 THADERIUS, Maestro Masón
Justa y Perfecta Logia Tau nº2

en los Valles de Barcelona,
                24 de Enero de 2014 A\V\ L\






[1] Regla masónica, apéndice I, pág. 126
[2] Jn 17, 22
[3] Jn 3, 5
[4] 1 Cor 3, 6

1 comentario:

  1. Lamentamos no poder atender los deseos del COBARDE y felón que publica tantos comentarios injuriosos y lamentablemente "anónimos" en este blog.
    Una pena el poco interés que despiertas y la gran atención que nos dedicas. Gracias. Dios te guarde.

    ResponderEliminar